domingo, 12 de junio de 2016

La soledad y el éxito del bloguero o la bloguera

El que tenga un blog y no se sienta identificado con lo que aquí se cuenta que levante la mano. Internet es una auténtica revolución, los smartphones lo han cambiado todo. Ya nadie tiene una agenda telefónica en papel, ni pierde tiempo llamando a los pelochos, ni busca información en las bibliotecas. Google es una especie de compendio de toda la sabiduría humana y si no estás en la red no existes. Lo cual es una opción, pero no para nosotros.

En mis primeras veces en Twitter me dejé fascinar por su inmediatez. Por esa conversación resumida en 140 caracteres con tantos y tantas desconocidos. En general buena gente, aunque en todo hay excepciones. Los tuiteros somos gente sanota, no con ánimo de incordiar sino de compartir: la esencia de internet. Fue entonces cuando tuitee aquella similitud que ahora quiero recordar aquí... "los tuiteros de hoy somos como los antiguos radioaficionados" (28/ene/2012). ¿Os acordais de los radioaficionados? Desconozco si siguen existiendo pero de pequeña me fascinaban aquella panda de desvelados que pasaban la noche hablando a susurros y saludándose desde diferentes puntos de España. Hoy charlamos también a través de las ondas, pero de internet. Al final no somos tan distintos.

Comentarios, posts, retuits, emoticonos... la nueva forma de relacionarnos cabe en la palma de la mano y ocupa regiones insospechadas en nuestro cerebro, a costa de atrofiar otras, o igual eso está aún por estudiar. Los blogueros damos, damos y damos. Pocos son los que piden algo a cambio y se justifica para hacer sostenibles las miles de horas arrojadas sobre el teclado del ordenador, o los kilómetros recorridos o los trucos y conocimientos propios dejados para la posteridad. La recompensa pocas veces es económica, porque vale más la moral. El comentario, el emoticono, la vista, el "Me gusta" o el seguidor que es solo una cifra más en Facebook, Instagram, Google+ o Twitter pero tiene un gran valor para seguir adelante.

El camino se hace al andar, también en internet. Porque al final todos empezamos con una visita, un lector o un suscriptor. Los momentos de desánimo son muchos en este peregrinaje digital hacia aún no sabemos dónde. Algunos, pocos, han alcanzado la fama en la vida real, aunque los encuentros reales quizá no hacen justicia a lo que uno es en internet porque nadie somos iguales por dentro que por fuera. Pero ese misterioso juego es precisamente lo que hace del mundo digital algo grande en el que cualquiera puede llegar a alcanzar sus sueños con solo desearlo y trabajarlo.

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